En un baldío los vi por primera vez.
Lucían plumajes delicados, picos filosos y
garras aterradoras.
Recuerdo sus ojos tan brillantes y oscuros como la noche.
Bruscamente comenzaron a chillar, a abrir sus alas y
a relamerse mientras me observaban.
Solo empecé a correr desesperadamente apenas me avivé.
Corrí y corrí,
pero sus miradas seguían junto a mí.
Comenzaron a picotearme el cuerpo,
como a un gusano que querían devorar.
Gracias a mi insistencia logré escapar,
pero ahora cada vez que vuelvo a casa,
siento que aún están revoloteando por ahí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Comenta!