Era un 22 de diciembre del 2010 ya pasada la medianoche, y con un grupo de amigos conversábamos en el jardín de mi casa, situados alrededor de una lámpara de querosén en una tranquila noche veraniega. Los cuatro hablábamos sin otra cosa que hacer, y el aire junto a el clima nocturno, daban pie para repasar algunas historias pasadas, entre los que había sucesos reales e incluso algunas leyendas urbanas que
conocíamos. Es así que entre relato y relato, uno de los cuatro empezó a relatar un mito urbano que solo él conocía.
conocíamos. Es así que entre relato y relato, uno de los cuatro empezó a relatar un mito urbano que solo él conocía.
Aquel mito, profesaba que si uno deseaba encontrarse frente a frente con La Bestia, tendría que hacerlo específicamente el día 24 de diciembre, pasadas las 12 en punto de la Nochebuena, a través de una serie de pasos. Estos consistían en mostrarse delante del espejo de algún baño con las luces de foco apagadas completamente y solo iluminarse con doce velas negras, luego se debía cerrar los ojos y no abrirlos hasta escuchar la tercera campanada eclesiástica de Navidad. Una vez abiertos, Satanás se personificaría delante de ti. Los tres restantes al escuchar tal leyenda quedamos algo sorprendidos pero además uno de nosotros, quedó curiosamente emocionado con aquel relato. Ya terminada aquella jornada cada uno volvió a sus respectivas casas.
El día 23, ósea al día siguiente de aquella noche, alrededor de las 15:30 de la tarde sonó mi teléfono particular, cuyo sonido extenuante logró hacerme saltar del sillón donde estaba dormitando. Al levantar el tubo no tuve tiempo siquiera a responder cuando escucho tres simples palabras del otro lado de la línea: “Lo voy hacer”. Reconocí rápidamente su voz, era uno de mis amigos con el que nos habíamos juntado la noche pasada en mi casa. Pasados unos segundos solo me dijo “Venite para mi casa que tengo algo que mostrarte”, colgué el teléfono y entre pensamientos, dudas y un molesto dolor de cabeza, me puse a pensar en camino a su casa que sería aquello intrigante que me quería mostrar, cuando la idea me cayó como una ficha. “Espero que no sea lo que pienso” exclamé con mi voz ya algo temblorosa.
Al llegar me recibió, charlamos un rato y a continuación me mostró lo que no quería que me mostrara: aquellas 12 velas negras, apoyadas en una mesilla en su habitación. Le exclamé al instante que las vi “Entonces lo vas hacer”, a lo que él respondió rápidamente con entusiasmo: “Si, lo haremos mañana a la noche, claro si me apoyas en esto”. Era mi amigo y no le podía decir que no, así que quedamos en juntarnos en mi casa el día siguiente, ya que mis padres no se encontraban en la ciudad por esas fechas, y además que ni yo ni mi amigo eramos acérrimos a el tema del festejo navideño.
Llegó el 24 de diciembre del 2010, habían pasado dos noches desde de la reunión donde habíamos conocido el relato del espejo. Eran eso de las 23:50 y mi amigo había preparado todo lo necesario en mi baño de la planta alta de la casa, y fue cuando el prendió la quinta vela que decidí echarme para atrás, negándome a participar, pero el extrañamente me respondió con una cara de póquer perfecta: “No pasa nada, esto acabara rápido, si quieres espera afuera”; terminó de prender la duodécima vela e improvisadamente se encerró en el baño. Yo ya estaba con un nudo en la garganta para variar, cuando ya marcando el reloj las 12, sonaron separadamente las dos primeras estremecedoras campanadas. A la tercera, mi corazón repentinamente se desaceleró, mis pupilas se dilataron y comencé a sentir un sudor por mi espalda. En ese horrible estado estuve hasta que entonces se escuchó un golpe seco que parecía que algo pesado había caído contra el piso. Comencé a gritar y a golpear la puerta, pero mi amigo no respondía. Tras varios intentos logré abrir la puerta y lo primero que vi fue las doce velas apagadas y a mi amigo tirado en el piso en estado de shock; tenía espuma en su boca y su cuerpo completamente convulsionando, inmediatamente llamé una ambulancia.
Ya pasado año nuevo desde ese suceso, el 5 de enero del 2011 mi amigo despierta tras un corto coma en el hospital, al abrir sus ojos color carbón, yo fui el primero a quien vio. Le pregunté cómo se sentía y al mirarme, con una mirada penetrante, llena de lágrimas y marcada por el terror, me dijo tan solo dos palabras que no me olvido hasta el día mismo en el que estoy relatando esta historia: “Lo vi”. Inmediatamente al escuchar esas palabras de su boca, mi aliento se me comenzó a secar, otra vez sentí ese intenso escalofrío por la espalda, como en esa pasada y olvidable Navidad. Esas fueron sus primeras y últimas palabras luego de verlo entrar en el sueño eterno. Al parecer fue un ataque cardíaco lo que repentinamente lo mató.
Me sigo incluso preguntando en este mismo momento, antes de hacer la estupidez más grande de mi vida, que ocurrió ese fatídico día. Es por eso que decidí hacerlo; repetir de nuevo en mi casa ese mismo mito que se llevó a mi amigo. Tengo que hacerlo para sacarme esta duda que me atormenta y carcome la cabeza, en todo este maldito año nunca estuve más ansioso a que llegara la navidad, esperando un regalo que tal vez no quiero, pero necesito enserio una respuesta antes de que enloquezca.
Son las 23:58 del 24 de diciembre del 2011, estoy yo acá de nuevo, pero del otro lado de la puerta de mi baño esta vez, rodeado de doce velas negras, en otra Nochebuena que termina, y de frente mirando fijo al espejo, a punto de cerrar los ojos.
Suena la primera campanada, y mi corazón se acelera, suena la segunda y el maldito frío por la espalda corre otra vez, suena la tercera y última campanada, solo quiero murmurar en voz baja y temblorosa…